17 septiembre 2006
¿Igualdad? Sí, sí, ¿pero iguales en qué?
Bien, bien, bien, ya sé que la igualdad aún queda muy lejos, por mucho que la inmensa mayoría de las mujeres crea que ya está todo hecho, que no tenemos nada de que quejarnos, y que vivimos en un mundo maravilloso de luz y de color.
Pero esa vertiente del asunto asunto ya me tiene bastante aburrida, lo que sí me divierte, y mucho (ya se sabe que mi sentido del humor es tan rarito como yo) es por donde están yendo los tiros:
Siempre se defendió por algunas/os, y aún hay quien sigue en ello, que la igualdad nos iba a llevar a un mundo divino de la muerte, en el que saldría a relucir lo mejor de hombres y mujeres, en el que la feminización de la política llevaría a un escenario de diálogo y entendimiento, y el acceso de la mujer a puestos de responsabilidad en el ámbito laboral aportaría una sensibilidad que redundaría en beneficio de los trabajadores, y los hombres explorarían su lado femenino, disfrutarían con sus hijos y colaborarían en las tareas del hogar... y todo sería empalagosamente embriagador.
Por fortuna, la realidad nunca pierde su sutil ironía y nos está demostrando que ambos sexos cada vez son menos propensos a limpiar, las directivas son unos tiburones exactamente iguales a sus homólogos masculinos, las políticas son tan ineptas como cualquiera de sus compañeros, los hombres están empezando a ser tan esclavos de su imagen como las mujeres, al explorar su “lado femenino” descubren un mundo de temores e inseguridades fascinante que minan su autoestima...
Pero esa vertiente del asunto asunto ya me tiene bastante aburrida, lo que sí me divierte, y mucho (ya se sabe que mi sentido del humor es tan rarito como yo) es por donde están yendo los tiros:
Siempre se defendió por algunas/os, y aún hay quien sigue en ello, que la igualdad nos iba a llevar a un mundo divino de la muerte, en el que saldría a relucir lo mejor de hombres y mujeres, en el que la feminización de la política llevaría a un escenario de diálogo y entendimiento, y el acceso de la mujer a puestos de responsabilidad en el ámbito laboral aportaría una sensibilidad que redundaría en beneficio de los trabajadores, y los hombres explorarían su lado femenino, disfrutarían con sus hijos y colaborarían en las tareas del hogar... y todo sería empalagosamente embriagador.
Por fortuna, la realidad nunca pierde su sutil ironía y nos está demostrando que ambos sexos cada vez son menos propensos a limpiar, las directivas son unos tiburones exactamente iguales a sus homólogos masculinos, las políticas son tan ineptas como cualquiera de sus compañeros, los hombres están empezando a ser tan esclavos de su imagen como las mujeres, al explorar su “lado femenino” descubren un mundo de temores e inseguridades fascinante que minan su autoestima...

Pero, vamos a ver, almas de cántaro, ¿a vosotros quién coño os dijo que nos íbamos a igualar en lo bueno?
No acaba de convencerme del todo eso de que hay actitudes masculinas o femeninas, y que las mujeres adoptan las primeras para ganarse el respeto, renunciando a su feminidad, porque necesitan comportarse como hombres en un mundo de hombres, etc, etc.
Más bien me parece a mí que lo que hay son actitudes más cómodas o más difíciles: por poner un ejemplo cuando eres un alto directivo con poder, es mucho más productivo dar un grito y comportarse de un modo despótico, que ser dialogante y arriesgarte a perder autoridad por tener en consideración la opinión de un subordinado, en cambio el diálogo y la negociación le ha resultado fundamental a la mujer en muchas de sus funciones tradicionales, precisamente por carecer en absoluto de autoridad.
Vamos, que en lo que nos estamos igualando es en la vagancia, en la falta de esfuerzo o imaginación resolutiva, así, definitivamente, llegará un momento en el que alcancemos la ansiada igualdad: seremos todos exactamente igual de imbéciles.
No acaba de convencerme del todo eso de que hay actitudes masculinas o femeninas, y que las mujeres adoptan las primeras para ganarse el respeto, renunciando a su feminidad, porque necesitan comportarse como hombres en un mundo de hombres, etc, etc.
Más bien me parece a mí que lo que hay son actitudes más cómodas o más difíciles: por poner un ejemplo cuando eres un alto directivo con poder, es mucho más productivo dar un grito y comportarse de un modo despótico, que ser dialogante y arriesgarte a perder autoridad por tener en consideración la opinión de un subordinado, en cambio el diálogo y la negociación le ha resultado fundamental a la mujer en muchas de sus funciones tradicionales, precisamente por carecer en absoluto de autoridad.
Vamos, que en lo que nos estamos igualando es en la vagancia, en la falta de esfuerzo o imaginación resolutiva, así, definitivamente, llegará un momento en el que alcancemos la ansiada igualdad: seremos todos exactamente igual de imbéciles.