10 julio 2006

 

Abierto, democrático... en fin: el mar


Por fin, despues de tanto tiempo, he logrado hacer un huequecito en mi ajetreada existencia y he podido escaparme a la playa; ¡ jesusa!, a estas alturas, que casi está ahí la navidad a la vuelta de la esquina, si es que no sé yo en que se me va el tiempo últimamente...



Pues eso, que queda inagurada la temporada de baños... marinos claro, que una se lava todos los días, no vayais a pensar... que pensar es malísimo; y allá que me lancé yo, cuál sirena gozosa (más bien manatí desesnfrenado), constatando, para mi desgracia, que el nivel del mar apenas a subido ni un ápice (una tiene firmes esperanzas en que se deshielen los polos de una vez y nos vayamos todos al carajo o, en su defecto, que la marea ponga fin a los despropósitos urbanísticos). También constaté que sigo siendo la más firme guerrera contra el cáncer de piel, porque toda yo era una mancha blanca en medio de la arena, y a fuerza de untarme de protector volví aún más blanca que como llegué (sí, tengo piel de princesa, pero el resto de mi cuerpo es republicano, incluso tuve un pie que durante una temporada se proclamó cantón federal, pero eso es otra historia). Asimismo, me sorprendí a mí misma dándo gracias al mundial, no hay nada como un partido para limpiar la playa y disfrutar de un atardecer tranquilo mirando al mar.

Ah, y también debo confesar que me he levantado con unas agujetas impresionantes despues de haberme pasado la tarde dando volteretas en el agua como una estergüiliams de vía estrecha... y por supuesto que no son los años, es sólo la falta de costumbre.

En fin, que en breve repito, que no puede una descuidarse de esta manera, así que ahora mismo me voy a cenar con tinto de verano para ir creando ambiente, y mañana mismo me vuelvo al agua antes de que me vuelva a dar la pereza. Ay, qué esfuerzos tiene que hacer una para sobreponerse a la desidia.

05 julio 2006

 

Gran oferta: orgullo de saldo


Tenía serias dudas. No pensaba que lo fuera a conseguir. Pero creo que sí, que al final he sobrevivido. He sobrevivido a mis tesoritos, a las llamas y, lo que era más dudoso, he sobrevivido al orgullo (diosa, qué título para un culebrón).
En la entrada anterior ya dejé esbozada mi opinión acerca del orgullo y la vergüenza (del sentido y la sensibilidad hablaré en otro momento), pero hay que reconocer que el nombrecito con que han bautizado al día, nos conduce al colmo de la vanidad: ese día sales por orgullo, bebes por orgullo, bailas por orgullo... al día siguiente tienes resaca por orgullo, agujetas por orgullo... y te das cuenta que en algún momento perdiste el sujetador por orgullo y anduviste parte de la noche con el orgullo a media asta.

El caso es que un año más ha pasado el día de la fiesta mayor, y no puedo evitar echar la vista atrás y hacer comparaciones:
Hace menos de diez años, en el lugar que habito, se celebraba el gran día en un tugurio de mala muerte, sin aire acondicionado ni salida de emergencia, que acumulaba denuncias de los vecinos (de hecho terminaron cerrádolo). El espectáculo era una consecución de actuaciones de drags voluntarias, presentadas por voluntarios, donde se sorteaban donativos cutrres de los sexshop (lo únicos que ponían su nombre en los excasos carteles que anunciaban la fiesta), y los asistentes éramos los mismos de siempre. Sólo que ese día creíamos que el mundo podía ser nuestro.




Ahora, la función tiene lugar en una de las principales plazas del lugar, hay artistas de los que cobran y presentadores profesionales, hay subvenciones para cubrir los gastos y los políticos se pasean por la plaza mostrando lo progres que son (sí, sí, son los mismos que hace unos años no daban un duro por nosotros), los locales más in ponen su nombre en el cartel y en los folletos que anuncian la fiesta, los de siempre ya no nos reconocemos en el marasmo de "progresía"... y no puedo evitar tener la impresión de que nuestro mundo lo han hecho suyo.

No es que quiera hacer una apología del gueto, es que al menos antes tenía la sensación de saber quiénes éramos y qué reivindicabamos. Hoy tengo la sensación de ser una estadística, una votante, una consumidora... y que mi supuesta libertad sólo les beneficia a aquellos que siempre me la negaron.

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