07 septiembre 2006
Demonios, brujas y more maiorum
Durante este largo y tedioso verano he cometido la imrpudencia (entre otras) de exponerme a las emanaciones televisivas mucho más tiempo del que sería recomendable para la salud, y me he encontrado con un amplio despliegue de series como Buffy cazavampiros
(¿realmente a un vampiro le puede asustar una peliteñida con nombre de caniche?), Embrujadas, Dark Angel... en las que se recrean en la idea de un mundo real donde existe la magia, demonios, encantamientos... como si fuera cosa de todos los días, y donde, sorprendentemente (al menos para mí) el bien y el mal están clara y estrictamente separados e identificados, los buenos son muy buenos, los malos son muy malos y no cabe duda de quién es quién (incluso cuando los buenos se transforman en malos y viceversa, la conversion es de un simplismo asombroso).
Por otro lado hay otra corriente referida a individuas (¿por qué siempre mujeres?, no es que me moleste, sólo me intriga) que tienen línea directa con el más allá, con tarifa plana incluída del tipo de Hablando con muertos, Andando entre muertos, No sin mi muerto, No me toques los muertos que me mosqueo... (lo siento, en éstas me lío más con los nombres) donde siempre hay un difunto realizando un despliegue de tocamiento de puñeta porque se le quedó algo pendiente que tiene que resolver para quedarse en paz, saldar cuentas, etc, (de nuevo a vueltas con lo malo y lo bueno, la balanza implacable).
No quiero decir con ésto que estas series sean mejores o peores que otros productos, todo lo contrario, en general responden a su función: un entretenimiento ligero, sin más ambiciones. Pero no deja de llamarme la atención esta obsesión por los mundos imaginarios (incluído el más allá). No sé si será que padezco de descreimiento crónico, pero aún reconociendo el encanto de la temática, que se produzca este exceso me lleva a plantearme a qué responde esta demanda:
¿Tan penosa es nuestra realidad que soñamos con mundos paralelos aunque estén llenos de demonios?, ¿tan a disgusto estamos en nuestra piel que deseamos poderes sobrenaturales que nos haga diferentes y poderosos?, ¿tenemos que inventarnos demonios porque la caída del telón de acero ha puesto de relieve que los comunistas no tenían cuernos ni rabo y que cualquiera de sus aberraciones era brutal precisamente por humana?, ¿y acaso el vacío comunista en el ranking de malos malísimos televisivos no pasó a ser ocupado por los japoneses cuando se perfilaron como nueva potencia económica, y no debería ocuparlo ahora el fundamentalismo islámico? ¿o es que el nuevo enemigo es un mal genérico dónde sólo vence la fe y la bondad absoluta de rectos principios morales de corte occidental? ¿somos los descreídos la gran amenaza para el mundo o simplemente los únicos asombrados? (si va a ser que ahora en vez de armada y peligrosa seré descreída y peligrosa, o peligrosa por descreída).
Supongo que, sencillamente, la crisis cultural occidental nos ha llevado a una reinvención y creación de nuevos mitos ante el anquilosamiento de las leyendas tradicionales, lo cual no deja de ser un fenómeno normal en cualquier sociedad, pero no hay que perder la perspectiva de que los mitos siempre reflejan la moralidad y principios de la colectividad que los alimenta, y ahí es dónde estas series empiezan a darme realmente miedo.


Por otro lado hay otra corriente referida a individuas (¿por qué siempre mujeres?, no es que me moleste, sólo me intriga) que tienen línea directa con el más allá, con tarifa plana incluída del tipo de Hablando con muertos, Andando entre muertos, No sin mi muerto, No me toques los muertos que me mosqueo... (lo siento, en éstas me lío más con los nombres) donde siempre hay un difunto realizando un despliegue de tocamiento de puñeta porque se le quedó algo pendiente que tiene que resolver para quedarse en paz, saldar cuentas, etc, (de nuevo a vueltas con lo malo y lo bueno, la balanza implacable).
No quiero decir con ésto que estas series sean mejores o peores que otros productos, todo lo contrario, en general responden a su función: un entretenimiento ligero, sin más ambiciones. Pero no deja de llamarme la atención esta obsesión por los mundos imaginarios (incluído el más allá). No sé si será que padezco de descreimiento crónico, pero aún reconociendo el encanto de la temática, que se produzca este exceso me lleva a plantearme a qué responde esta demanda:
¿Tan penosa es nuestra realidad que soñamos con mundos paralelos aunque estén llenos de demonios?, ¿tan a disgusto estamos en nuestra piel que deseamos poderes sobrenaturales que nos haga diferentes y poderosos?, ¿tenemos que inventarnos demonios porque la caída del telón de acero ha puesto de relieve que los comunistas no tenían cuernos ni rabo y que cualquiera de sus aberraciones era brutal precisamente por humana?, ¿y acaso el vacío comunista en el ranking de malos malísimos televisivos no pasó a ser ocupado por los japoneses cuando se perfilaron como nueva potencia económica, y no debería ocuparlo ahora el fundamentalismo islámico? ¿o es que el nuevo enemigo es un mal genérico dónde sólo vence la fe y la bondad absoluta de rectos principios morales de corte occidental? ¿somos los descreídos la gran amenaza para el mundo o simplemente los únicos asombrados? (si va a ser que ahora en vez de armada y peligrosa seré descreída y peligrosa, o peligrosa por descreída).
Supongo que, sencillamente, la crisis cultural occidental nos ha llevado a una reinvención y creación de nuevos mitos ante el anquilosamiento de las leyendas tradicionales, lo cual no deja de ser un fenómeno normal en cualquier sociedad, pero no hay que perder la perspectiva de que los mitos siempre reflejan la moralidad y principios de la colectividad que los alimenta, y ahí es dónde estas series empiezan a darme realmente miedo.
Comments:
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Me he hecho más fan de las de los muertos que de las brujas y las cazavampiras (qué ñoñas pordiós). Y por cierto, has olvidado la de Los muertos no lloran (buenísima!).
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